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Tradicion Tolteca

El Camino del Guerrero Grupos de Práctica

La Tensegridad es un arte: el arte de adaptarse a la propia energía, a la energía de los demás y al entorno que nos rodea de tal manera, que este acto contribuya a la integridad de la totalidad que somos.

Ejecutar los pases mágicos de la Tensegridad individualmente y en grupo es una actividad asidua con el cuerpo, responsable de los numerosos cambios positivos que se producen en la personalidad. Estos cambios van precedidos generalmente de un entendimiento más profundo de uno mismo, tanto en función del pasado como en función del cuerpo.

La Tensegridad tiene como objetivo ayudar al individuo a recuperar las funciones fundamentales de respirar, moverse, sentir y expresarse a sí mismo; promoviendo dinámicamente la salud y su bienestar.

Cuando la Tensegridad se convierte en una parte natural de nuestra vida, quedamos sorprendidos por la gran cantidad adicional de energía que tenemos para realizar nuestras actividades de cada día.

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miércoles, 6 de mayo de 2015

Instalacion Foranea y las Emociones Negativas

Uno de los asuntos más inquietantes e inútiles que la instalación foránea provoca en los seres humanos son las llamadas emociones negativas. Para poder empezar a luchar contra las emociones negativas, lo primero es convencerse de que no hay una sola de ellas que resulte útil. Todas las emociones negativas son igualmente destructivas y constituyen un signo de debilidad. Lo segundo de lo que tenemos que convencernos es que se puede luchar contra ellas, se pueden apresar y desterrar porque no tienen un centro real. Si hubiera un centro real para ellas, no tendríamos oportunidad alguna; permaneceríamos para siempre bajo el poder de las emociones negativas.


Afortunadamente para nosotros, existen en un centro artificial que puede ser destruido y disipado, y nos sentiremos mucho mejor si lo hacemos. Incluso la toma de conciencia de que esto es posible ya es mucho, el problema es que la instalación foránea nos ha dado tantas convicciones, prejuicios e incluso principios al respecto, que nos resulta difícil librarnos de la idea de que las emociones negativas son necesarias y obligatorias. En tanto que sigamos pensando que resultan necesarias, inevitables e incluso útiles para la autoexpresión o para muchas otras cosas, no podemos hacer nada, es por eso que es necesario desarrollar una cierta lucha mental para convencernos de que las emociones negativas no desempeñan ninguna función útil en nuestras vidas y que, al mismo tiempo, toda la vida está basada en ellas. Esto es lo que nadie percibe.

Una de las ilusiones más fuertes es pensar que las emociones negativas son producidas por las circunstancias, y así hablamos de estar airados “por alguna razón perfectamente justa”, pero todas las emociones negativas están en nosotros, dentro de nosotros. para poder empezar a luchar contra ellas debemos convencernos de que no hay razones justificadas para estar airados. Pensamos, y nos gusta pensar, que nuestras emociones negativas se producen bien por fallos de otros, bien por fallos de las circunstancias. Esto es una ilusión. Las causas de las emociones negativas no están en las circunstancias externas, están en nosotros mismos. No hay ni una sola razón inevitable por la que cierta acción de otra persona, o cierta circunstancia, tenga que producir una emoción negativa en nosotros. Solo nuestra debilidad.
Si uno se observa a sí mismo, verá que aunque las causas externas permanezcan iguales, a veces producen una emoción negativa y a veces no. La razón es que la verdadera causa de la emoción negativa está en uno y que el suceso externo es solo la causa aparente. Si uno se halla en un buen estado, si se está dando cuenta de sí mismo, si no se está identificando, entonces nada de lo que suceda fuera puede producir una emoción negativa.

En un intento por demostrar que las emociones negativas están producidas por causas externas, suelen plantearse preguntas tales como qué pasa con el dolor producido por la muerte de un amigo, así como con otros tipos de sufrimiento. El sufrimiento, en sí mismo, no es una emoción negativa. Solo producirá emociones negativas si uno se identifica con él. El sufrimiento puede ser real; las emociones negativas no. Después de todo, el sufrimiento solo ocupa una pequeña parte de nuestra vida, mientras que las emociones negativas ocupan una gran parte –ocupan la totalidad de ella−. ¿Por qué? Porque las justificamos. Por supuesto que aquellos llenos de emociones negativas e identificaciones van con toda probabilidad a producir similares reacciones en los demás, pero, de nuevo, uno puede aprender a aislarse en tales casos mediante la conciencia de sí y la no identificación, asumiendo al mismo tiempo que aislamiento no significa indiferencia. Las emociones negativas desaparecen cuando llegamos al pleno apercibimiento de que efectivamente no pueden ser producidas en nosotros si no queremos tenerlas y mucho menos por ninguna causa externa. Si están ahí es porque las toleramos, justificando su presencia en función de las circunstancias externas, eludiendo la responsabilidad para de ese modo no luchar contra ellas.

El solo padecimiento de un dolor no es una emoción negativa, pero puede convertirse en una cuando la ilusión y las identificaciones entran en juego. El dolor emocional, al igual que el físico, no es una emoción negativa en sí mismo, pero se transforma en una cuando empezamos a tejer sobre él todo tipo de adornos y bordados.

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domingo, 26 de abril de 2015

Desarrollando la Voluntad

La vida no es lo suficientemente larga como para cambiar nuestro estado de ser si trabajamos en ella igual que en todo lo demás. Conseguir algo solo es posible si se usa un método más perfecto. La primera condición es el entendimiento. Todo lo demás resulta proporcional al entendimiento. También hay que hacer esfuerzos en relación con la voluntad y las emociones. Hay que ser capaz de ir contra uno mismo para renunciar a la propia voluntad.


Primero hay que preguntarse: ¿qué es la voluntad? No tenemos voluntad, de modo que ¿cómo vamos a renunciar a lo que no tenemos? Esto significa, en primer lugar, que no estamos de acuerdo con que no tenemos voluntad; solo asentimos de palabra. En segundo lugar, no tenemos siempre voluntad, sino solo a veces. Voluntad significa fuerte deseo. Si no hay fuerte deseo, no hay nada a lo que renunciar; no hay voluntad.

Aquí se mezclan muchas cosas. No sabemos cómo pensar sobre la voluntad. Una parte de nosotros se da cuenta de que somos máquinas, pero al mismo tiempo queremos actuar según nuestra propia opinión. En ese momento se debe ser capaz de parar, de no hacer lo que se desea. Esto no se aplica a momentos en los que no se tenga intención de hacer nada, pero se debe ser capaz de pararse si el deseo va contra las reglas o principios, o contra lo que se ha dicho.

Es importante entender dos cosas: qué no podemos “hacer” y que vivimos bajo la ley del accidente. En la mayoría de los casos, la gente cree que puede “hacer”, que puede conseguir lo que quiere y que el que esto no suceda es puramente accidental. La gente piensa que los accidentes son muy raros y que la mayoría de las cosas son debidas a la ley de causa y efecto. Esto es completamente falso. Es necesario aprender a pensar correctamente; entonces veremos que todo sucede y que vivimos bajo la ley del accidente.

En relación con “hacer”, es difícil darse cuenta de que, por ejemplo, cuando la gente construye un puente eso no es “hacer”: es solo el resultado de todos los esfuerzos previos. Es algo accidental. Para entenderlo, pensemos en el primer puente que Adán construyera y de toda la evolución de la ingeniería de puentes. Al principio es algo accidental –un árbol cae atravesando un río, luego el hombre construye algo parecido, y así sucesivamente−. La gente no “hace”; una cosa viene detrás de la otra.

Si recordáramos que no podemos hacer nada, también recordaríamos muchas otras cosas. Generalmente hay tres o cuatro obstáculos, y si no se tropieza con uno, se hace con el siguiente. El “hacer” es uno de ellos. En conexión con esto, hay algunos principios fundamentales que no se deben olvidar. Por ejemplo, que hay que mirarse a uno mismo y no a otras personas; que la gente no puede hacer por sí misma, pero que si es posible el cambio éste solo se realizará con la ayuda del sistema, con la organización, el trabajo personal y el estudio del sistema.

Es solo cuando se intenta de verdad hacer algo diferente del modo en que sucede cuando uno se da cuenta de que es absolutamente imposible hacerlo diferentemente. La mitad de las preguntas que se hacen son sobre el “hacer” –cómo cambiar esto, destruir aquello, evitar esto otro, y así sucesivamente−. Pero para cambiar incluso una cosa mínima hace falta un esfuerzo enorme. Uno se convence de ello hasta que lo intenta por sí mismo. Solo a través del sistema se puede cambiar algo. Esto es algo que suele olvidarse.

Todo sucede. Nadie puede hacer nada. Desde el momento en que nacemos hasta el momento en que morimos las cosas suceden, suceden y suceden, y nosotros pensamos que “hacemos”. Ésta es la condición normal en la vida. Incluso en uno mismo, el “hacer” empieza muy a menudo por no hacer. Antes de poder hacer algo que antes no podíamos, se deben no hacer muchas cosas que antes se hacían.

La gente no quiere abandonar la idea de que puede “hacer”, de modo que si llega a la conclusión de que las cosas suceden lo natural es encontrar excusas, tales como “esto ha sido un accidente pera mañana será diferente”. Esto es por lo que no podemos asimilar esa idea. Durante toda nuestra vida vemos que las cosas suceden, pero seguimos explicándolas como accidentes, como excepciones a la regla de qué podemos “hacer”. O nos olvidamos, o no vemos, o no prestamos atención suficiente. Siempre creemos que en cualquier momento podemos empezar a “hacer”. Tal es nuestro modo ordinario de pensar sobre el tema. Podemos ver en nuestra vida una ocasión en la que intentamos hacer algo y fracasamos, y así tendremos un ejemplo de lo dicho, porque comprobaremos que nuestro fracaso fue explicado como un accidente, como una excepción. Si las cosas se repitieron, todavía seguimos pensando qué podíamos haber hecho, y si de nuevo vemos lo mismo, aun explicaremos nuestro fracaso como simplemente un accidente. Resulta muy útil repasar la propia vida desde este punto de vista. Intentemos hacer algo, pero algo diferente sucedió. Si somos realmente sinceros lo veremos; si no, llegaremos hasta persuadirnos de que lo que sucedió era exactamente lo que queríamos.

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sábado, 4 de abril de 2015

La Manipulacion Nuestra de Cada Dia

A lo largo de la historia el ser humano en sus mitologías más conocidas ha concebido el juego de la creación como una manipulación de titiriteros o una obra artesanal.
Por ejemplo: en la mitología cristiana Dios creó a Adán y Eva, les hizo un paraíso, lo ocuparon, luego fueron desterrados de él y su destino pasó a ser manejado por hilos invisibles manipulados por un dios que premia, castiga y culpabiliza; esto se repite en otras mitologías. Siempre aparecemos pasivos, como un rebaño de pacientes ante fuerzas que nos crearon y se fueron. Dioses que se pulieron haciendo el universo como buenos artesanos y luego se fueron dejándonos unas leyes que muchas veces se han llamado naturales, aunque al final no todas lo son, y aún más, hasta cambian con el transcurso del tiempo.


El panorama puede cambiar si en vez de vernos como simples criaturas productos de barro, soplos y costillas lanzados primero al paraíso y luego desterrados de él, nos vemos como partes integrantes y no como entes pasivos o bloques inertes de la creación. Pero tenemos como característica la de creer y querer ser creados mecánica y artesanalmente para después ufanarnos de ser manipuladores de lo creado poniendo la naturaleza a nuestro servicio; es un antropocentrismo del que aún no hemos salido.

Creamos ideas, pensamientos, explicaciones y las volvemos verdades y dogmas. La ciencia hegemónica está llena de estos ejemplos. Creamos y nos crean dioses, gurús, santos, santones y verdades científicas. Terminamos creyendo en nuestros propios fantasmas y creencias, les entregamos nuestro destino y después les reclamamos porque se fueron o porque ya no tienen validez, pero no es que se hayan ido o perdido validez, lo que pasó es que nunca existieron pues fueron obras míticas de nuestras necesidades de explicación de muchas cosas.

Pero es que dentro de la civilización esquizofrénica del reduccionismo de las especialidades, todos aspiramos o creemos tener acceso a pedacitos del conocimiento que confundimos con verdad. El teólogo nos impone su dios y nos dice cómo hablar con él, el maestro nos dice lo que debemos saber y lo que debemos pensar, nunca, lógicamente, se nos enseña el cómo pensar, eso casi nadie lo sabe, ni se estila; el estado nos muestra la senda resolutiva de problemas sociales por la que debemos transitar, la religión nos libera o nos llena de culpas y nos da el vademécum para alcanzar la vida eterna, las leyes sociales juegan a las modas y a los criterios, la medicalización nos indica cómo debe funcionar nuestro cuerpo físico, las comunicaciones nos explican la historia que estamos viviendo, y nos la cuentan a su amaño, o al amaño del amo de turno. Pero como todo es un círculo vicioso, el que quiere representar a dios es manejado por el que le tasa los glóbulos blancos, a su vez a éstos dos el político les muestra el camino, al final el maestro, el político, el religioso, el gobernante, las comunicaciones y la medicina manipulan y son manipulados por ellos mismos.

La desgraciada uniformidad de ser manipuladores-manipulados, títeres y titiriteros nos impide ver esa realidad. Es como un país imaginario en donde como todos son ciegos no se dan cuenta de que lo son, el raro y “mal visto” será el vidente, así como raro y mal visto en el mundo manipulador es el que clama por la libertad. Al país de los manipuladores-manipulados es posible que llegue una fuerte corriente de pensamiento a pedir libertad, a querer terminar el juego y a ejercer su derecho de libre pensador, eso sería una posibilidad alternativa o revolucionaria.
Se buscaría que en el país de los ciegos se acepte algún tipo de tonalidad y los videntes también acepten que los ciegos pueden tener otra percepción del mismo mundo, sin que los ciegos tengan que volverse videntes o éstos enceguecerse.

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martes, 3 de marzo de 2015

El Convocador

Un convocador es un recurso de la atención, una manera de acceder a otro nivel de conciencia. Podemos usar, así, cualquier cosa para sintonizar con el Espíritu porque, finalmente, está detrás de todo lo que existe. Pero ciertas cosas nos atraen con más fuerza que otras.
Por lo común la gente tiene sus oraciones, sus rezos y sus amuletos, o elabora rituales privados o colectivos. Los guerreros de la vieja guardia eran propensos al misticismo; usaban la astrología, oráculos y conjuros, objetos de poder, cualquier cosa que burlase la vigilancia de la razón.
Pero para los nuevos guerreros esos recursos son un despilfarro y ocultan un peligro, pudiendo desviar la atención de la persona que, en lugar de enfocarse en su vínculo inmediato con el Espíritu, se hace adicta al símbolo. Los guerreros actuales prefieren métodos menos teatrales. Lo recomendable es intentar directamente el silencio interior.


El camino del guerrero es el arte del silencio. El silencio es un pasadizo entre los mundos. Al dejar a un lado nuestra mente, emergen aspectos increíbles de nuestro ser. A partir de ese momento, la persona se hace vehículo del intento y todos sus actos comienzan a rezumar poder.
El intento no es un concepto que se pueda o se quiera definir. Cuando se practica, uno lo percibe. Si se trata de entender, se bloquea. No hay que verlo como algo difícil o complejo, porque no es nada del otro mundo; tan solo es, acallar la mente. El silencio mental no es solamente la ausencia de pensamientos. Más bien, se trata de suspender los juicios, de atestiguar sin interpretar. Entrar al silencio se puede definir, según el contradictorio modo de los guerreros-viajeros, como “aprender a pensar sin palabras”.
Existen guerreros que consiguieron parar su dialogo interno y ya no interpretan, son pura percepción; nunca se desilusionan ni arrepienten, pues todo lo que hacen parte del centro de la decisión. Han aprendido a lidiar con su mente en términos de autoridad y viven en el más auténtico estado de libertad.

Somos animales predatorios que, a fuerza de domesticarnos, hemos terminado por convertirnos en rumiantes. Pasamos la vida regurgitando una lista interminable de opiniones sobre casi todo. Los pensamientos nos llegan en racimos; uno empalma con el otro, hasta rellenar todo el espacio de la mente. Ese ruido no tiene ninguna utilidad, porque, prácticamente en su totalidad, está dirigido al engrandecimiento del ego.
Los resortes del dialogo interno se nutren de nuestra historia personal, por lo tanto llegar al silencio interior es un asunto muy privado.
Sin embargo, a través de milenios de prácticas, los chamanes han observado que, en el fondo, somos muy parecidos y hay situaciones que tienen el efecto de silenciarnos a todos por igual.

El silencio empieza con una orden, un acto de voluntad que se convierte en el comando del Águila. Sin embargo hemos de tener en cuenta que, mientras nos impongamos el silencio, nunca estaremos verdaderamente ahí, sino en la imposición. Hay que aprender a transformar la voluntad en intento.
El silencio es tranquilo, es un abandonarse, dejarse ir. Produce una sensación de ausencia, como la que tiene un niño cuando se queda mirando al fuego. ¡Qué maravilla recordar ese sentimiento, y saber que se puede volver a evocar!

La técnica de observar, es decir, de contemplar el mundo sin ideas preconcebidas, funciona muy bien con los elementos. Por ejemplo, con las llamas, la caída del agua, las formas de las nubes o la puesta del Sol. Los chamanes le llaman “engañar a la máquina”, porque, en esencia, consiste en aprender a intentar una nueva descripción.
Lo importante es que nuestro intento sea inteligente. De nada sirve que nos esforcemos por llegar al silencio si primero no le creamos condiciones favorables para que se sostenga. Por lo tanto, además de ejercitarse en la observación de los elementos, un guerrero está obligado a hacer algo muy simple, pero muy difícil: ordenar su vida.

Los chamanes de la antigüedad solían emplear plantas de poder para detener el dialogo interno. Pero los guerreros actuales prefieren condiciones menos arriesgadas y más controladas. El método preferido de los guerreros es la recapitulación. La recapitulación detiene la mente de una forma natural.
El principal alimento de nuestros pensamientos son los asuntos pendientes, las expectativas y las defensas del ego. Es muy difícil encontrar una persona cuyo dialogo interno sea sincero; lo común es que disimulemos nuestras frustraciones yéndonos al extremo opuesto. Así, el contenido de nuestra mente se convierte en una exaltación al yo.
Recapitular acaba con todo eso. Después de un tiempo de esfuerzo sostenido, algo se cristaliza dentro de nosotros. El dialogo habitual se nos hace incoherente, incomodo; y no queda otro remedio que pararlo.

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sábado, 21 de febrero de 2015

Entrenamiento para Desarrollar la Atencion de Ensueño

Sentados en una colchoneta

Se cierran los ojos

Se toman respiraciones profundas y le prestamos la atención a nuestro ritmo de respiración.

Tomamos conciencia de nuestras manos. Es decir, ponemos nuestra atención en las manos.

¿Cómo las tenemos colocadas? ¿Cómo las sentimos?

Poco a poco empezamos a “ver” como las manos suben, desde la posición que normalmente tienen en ese momento, hasta la altura de los ojos.

La actividad del soñar es una instrucción que consiste en hallar las propias manos durante un sueño. Uno debe soñar deliberadamente que busca y encuentra sus manos en un sueño que consiste en soñar que uno alza las manos al nivel de los ojos.

Una vez que algo dentro de uno cede para permitir observar el dorso de las manos; las instrucciones siguientes estipulan que, apenas la percepción de las manos empieza a disolverse o transformarse, se debe trasladar la mirada a cualquier otro elemento en el ámbito del sueño. Cada vez que la nueva apariencia empieza a disiparse, hay que volver a prestar atención a otros elementos ambientales.

Cada guerrero tiene su propio modo de soñar. Todos son distintos. Lo único que tenemos en común es que algo en nosotros tiende trampas para obligarnos a abandonar la empresa. El remedio es persistir a pesar de todas las barreras y desilusiones.

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viernes, 30 de enero de 2015

Espejos que Reflejan

En el camino del guerrero todo es posible. Pero una cosa es cierta: el mundo no es algo que pueda darse por sentado. En él debemos expresar nuestro agradecimiento ahora mismo, porque no existe el mañana. El futuro no existe, y cuando uno termina de recapitular y ha borrado el pasado por completo, solo le queda el presente. Entonces sabemos que el presente es solo un instante, nada más.

La conciencia universal parece tener dos niveles: el nivel de lo visible, del orden, de todo lo que es posible pensar o nombrar; y el nivel no manifiesto de la energía, que crea y sostiene todas las cosas.
Puesto que nos atenemos al lenguaje y a la razón, el nivel de lo visible es lo que consideramos como la realidad. Parece poseer un orden, es estable y predecible. Sin embargo, en realidad es escurridizo, temporal y siempre cambiante. Lo que juzgamos como la realidad permanente solo es la apariencia superficial de una fuerza insondable.

En el mundo del nagual debemos ser responsables de nuestras acciones. En el camino del guerrero nadie se siente importante, porque la importancia mitiga la fiereza.

Sabemos que una proyección está en marcha cuando sentimos un cambio energético. Las proyecciones son percepciones que no reivindicamos, ya que nos resulta más cómodo excluir de nosotros estos aspectos antes que asumirlos.
El concepto de oscuridad incluye, en realidad, a cualquier parte de nosotros, positiva o negativa, que no hayamos integrado o aceptado. Estas partes sombrías de nosotros seguirán activas y nos dominarán hasta que sean integradas.

Los seres humanos se abandonan fundamentalmente por cinco motivos que son universales: por el amor de otra persona, por la aceptación y la aprobación de alguien, para mantener la paz, para mantener el equilibrio, o para mantenerse en un estado de armonía.
Cuando pretendemos ser quienes no somos para conseguir el amor, la aceptación, o la aprobación de alguien, entramos en una forma de auto-abandono. Otra manera de abandonarnos a nosotros mismos –para mantener la paz, el equilibrio y la armonía− es evitar las cuestiones difíciles y no decir lo que pensamos.

No tener compasión significa ser auténtico diciendo la verdad sin culpabilidad ni juicio. Decir la verdad es un valor universal que hace colapsar las pautas de negación e indulgencia.
Decir la verdad aumenta la riqueza de las relaciones interpersonales. Para presentarnos ante los demás tal como somos y para tener relaciones humanas más satisfactorias, debemos ser al mismo tiempo conscientes y honestos.
Expresar la verdad sin culpabilidad ni juicio es ser capaz de decir las cosas tal como son.

Cuando la comunicación es íntegra siempre tiene en cuenta el contexto y el momento adecuado para expresar sus contenidos. La comunicación directa implica tener en cuenta que la palabra, el tono de voz y la postura corporal deben estar alineados.

El incesante poder interno que nos invita constantemente a ser quienes somos requiere la expresión de nuestra autenticidad, de nuestra visión y de nuestra creatividad.

Quien se acoge al mundo del nagual tiene que estar dispuesto a someterse a la más absoluta soledad. En el mundo del nagual soledad no significa desamparo sino que es un estado físico de aislamiento. Cuando recordamos quiénes somos, manifestamos nuestra auténtica identidad.

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viernes, 23 de enero de 2015

El Compromiso de un Guerrero

Al hombre moderno se le ha concedido una increíble oportunidad frente a las revelaciones de los guerreros de tiempos antiguos. ¡A ellos no les interesa nuestro destino como hombres comunes y corrientes! Un guerrero está hecho para combatir, su descanso es la guerra.

A diferencia de las mezquinas contiendas en las que los humanos nos involucramos cada día por intereses sociales, religiosos o económicos, la guerra del guerrero no está dirigida contra los demás, sino contra sus propias debilidades. Asimismo, su paz no es la condición sumisa a la que ha sido reducido el hombre moderno, más bien, se trata de un imperturbable estado de silencio interno y disciplina. La pasividad es una violación de nuestra naturaleza, porque, en esencia, todos somos unos combatientes formidables. Cada ser humano es por derecho un guerrero que ha logrado su lugar en el mundo en una batalla de vida o muerte.

Podemos verlo así, al menos una vez, como espermatozoides, todos libramos la carrera por la vida –una contienda única contra millones de otros competidores- ¡y ganamos! Ahora la batalla sigue, ya que estamos atrapados en las fuerzas del mundo. Una parte de nosotros lucha por desintegrarse y morir, y la otra intenta a toda costa mantener la vida y la conciencia. ¡No hay paz! Un guerrero se da cuenta de ello y lo usa en su favor. Su interés sigue siendo el mismo que animó a aquella chispa de vida que le dio origen: el acceso a un nuevo nivel de conciencia.

Al socializarnos, los seres humanos, hemos sido domesticados tal como se amansa a un animal, a fuerza de estímulos y castigos. Se nos ha entrenado para vivir y morir dócilmente, siguiendo códigos de conducta antinaturales que nos ablandan, haciendo que perdamos el ímpetu inicial, hasta que el espíritu del hombre ya casi no se nota. Puesto que nacimos de la disputa, al negar nuestra tendencia básica, la sociedad en que vivimos extirpa la herencia guerrera que nos convierte en seres mágicos. El único camino abierto al cambio, es que nos aceptemos tal como somos para trabajar a partir de ahí.

El guerrero sabe que vive en un universo depredador. No puede bajar la guardia. A donde quiera que mire, él ve una lucha incesante, y sabe que esa lucha es merecedora de respeto, porque es una lucha a muerte.

Un guerrero siempre se está moviendo, yendo o viniendo, apoyando o rechazando, provocando tensiones o descargándose como un rayo, gritando su intento o callando, haciendo algo. Está vivo, y su vida refleja el "estira y afloja del universo". Desde el momento en que ocurrió la explosión que nos dio origen hasta el momento de nuestra muerte, vivimos en un flujo. Esos dos episodios son únicos, porque nos preparan para enfrentar a lo que hay más allá. ¿Y qué nos alinea con ese flujo? Una batalla incesante, que sólo un guerrero intenta; por eso vive en profunda armonía con el todo.

Para un guerrero, ser armónico es fluir, no detenerse en medio de la corriente a intentar un espacio de paz artificial e imposible. Él sabe que puede dar lo mejor de sí en condiciones de máxima tensión. Por eso busca a su adversario como el gallo de pelea, con avidez, con deleite, sabiendo que el próximo paso es decisivo. Su adversario no es su semejante, sino sus propios apegos y debilidades, y su gran reto es apretar las capas de su energía para que no se expandan cuando cese la vida, para que no muera su conciencia.

Un guerrero se hace a sí mismo estas preguntas: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Tiene un propósito? ¿Está lo suficientemente ajustada? Un guerrero acepta su destino, sea cual sea. Sin embargo, lucha por cambiar las cosas y hace de su paso por el mundo algo exquisito. Templa su voluntad de tal forma, que ya nada puede moverle de su propósito.

Los guerreros intentan la libertad, no aceptan compromisos con la gente. La responsabilidad es frente a uno mismo, no frente a otros. ¿Sabes para qué fue colocado en ti el poder de la percepción? ¿Has descubierto a qué propósito sirve tu vida? ¿Cancelarás tu destino animal? Estas son preguntas de guerreros, las únicas que de veras pueden cambiar algo. Si te interesan los demás, ¡respóndete eso!. Un guerrero sabe que lo que le da sentido a la vida es el reto de la muerte, y la muerte es un asunto personal. Es un desafío para cada uno de nosotros, que sólo los guerreros de corazón aceptan. Desde esta óptica, las inquietudes de la gente son sólo egomanía.

El compromiso de un guerrero es con "el puro entendimiento" -un estado de ser que surge del silencio interior-, no con los apegos transitorios de la modalidad de la época en que le ha tocado vivir. El interés social es una descripción que nos han implantado. No parte de un desarrollo natural de la conciencia. Más bien, es producto de la mente colectiva, del desajuste emocional, el miedo y los sentimientos de culpa, del afán por conducir a otros o ser conducidos".

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lunes, 12 de enero de 2015

Las Cuatro Adicciones Universales

Lo que llamamos adicciones individuales, como las drogas, el alcohol, etc., quizá sean en realidad síntomas de patrones de adicción más profundos que compartimos como especie. Al observar las adicciones desde una perspectiva intercultural, descubrimos que efectivamente es así, y que hay cuatro pautas básicas de adicción que los seres humanos compartimos:
1. La adicción a la intensidad. En este caso, el recurso humano no reconocido es la expresión del amor.
2. La adicción a la perfección. El recurso humano no reconocido es la expresión de la excelencia y el uso del justo poder.
3. La adicción a la necesidad de saber. El recurso humano no reconocido es la expresión de la sabiduría.
4. La adicción a estar atado a lo que no funciona más que a lo que funciona. El recurso humano no reconocido es la expresión de la visión y de la perspectiva holística.


La “adicción a la intensidad” suele estar presente en los individuos que no soportan el aburrimiento. Si las cosas se vuelven rutinarias y sin chispa, la gente adicta a la intensidad dramatiza y exagera sus experiencias para sentirse viva. Muchas de estas personas utilizan las drogas, el alcohol o el sexo para intensificar su vivencia y crear la ilusión de más chispa y vitalidad. La intensidad es el lado sombrío del amor. Si la adicción a la intensidad está bien desarrollada, el aspecto que espera ser integrado es el recurso humano del amor y el corazón apasionado.

La segunda de las adicciones es la “adicción a la perfección”. Hay una clara diferencia entre perfección y excelencia. La perfección no tolera errores, mientras que la excelencia los incorpora y aprende de ellos. Las personas adictas a la perfección muestran poca tolerancia hacia los errores o a exponerse a cualquier vulnerabilidad, sea del tipo que sea. Equiparan la vulnerabilidad con la debilidad más que con la fuerza.
Cuando somos adictos a la perfección, negamos nuestra humanidad y dedicamos toda nuestra energía a mantener la imagen que queremos dar, nuestra fachada, en lugar de mostrarnos tal como somos. La perfección es el lado sombrío de la excelencia y del uso correcto del poder. Si esta adicción está bien desarrollada, lo que espera ser integrado es el recurso humano del poder y unas excelentes dotes de mando.

La “adicción a la necesidad” de saber es la tercera de las adicciones compartidas por la humanidad. Es importante informarse y saber cosas, pero cuando esta adicción está presente uno se ve impulsado compulsivamente por la necesidad de saber o entender. A estos individuos no les gustan los sucesos inesperados ni las sorpresas. Cuando somos adictos a la necesidad de saber, nos convertimos en maestros del control y tenemos fuertes problemas de desconfianza. Todo tiene que ser analizado, la información ha de ser controlada y debemos seguir una estrategia en las relaciones.
Nos hacemos dogmáticos, justicieros, críticos y arrogantes. Estas características son el lado sombrío de la sabiduría. Si esta adicción está bien desarrollada, el recurso humano de la sabiduría, que conlleva características como la objetividad, la claridad y el discernimiento, está esperando ser integrado.

La cuarta es la “adicción a estar atado a lo que no funciona” en lugar de a lo que funciona. La verdad es que la mayor parte de nuestra vida, cuando la miramos como una totalidad, funciona. Tan solo es una porción, una parte de la vida la que no funciona… no su totalidad. Si esta adicción está muy desarrollada, existe una tendencia a exagerar las experiencias negativas y a ampliarlas desproporcionadamente. Tendemos a mirar la vida desde una perspectiva fija, no reconocemos nuestros ciegos y somos incapaces de confiar en la intuición.
Esta adicción es el lado oscuro de las cuatro formas de ver: intuición, visión interior, percepción y visión holística. Las cuatro formas de ver nos permiten integrar plenamente el don de la visión y liberarnos de la adicción que nos fija a lo que no funciona. Cuando esta adicción está plenamente desactivada, comenzamos a mirar y valorar las bendiciones, dones, talentos y recursos de que disponemos en nuestra vida.

Prueba a hacer el siguiente proceso:
1º Pregúntate de las cuatro adicciones, ¿en cuál tengo más experiencia y cuál está más desarrollada en mí?

2º Identifica tu herida: esa historia personal que siempre compartes y que está vinculada con algún suceso traumático.

3º Ofrece esa herida a un árbol especial y no vuelvas a hablar de ella.

Esta práctica se utiliza para que nos comprometamos con la sanación de nuestras heridas.

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